Entre la muerte y el surrealismo: La relación entre Olga Orozco y Alejandra Pizarnik

Cielo Martínez
5 min readMar 22, 2021

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“En el fondo hay un jardín”, le repetía una y otra vez Olga Orozco a Alejandra Pizarnik cada vez que esta sufría alguna crisis emocional. Ambas compartieron mucho más que una estética poética, una vocación y los ejes de escritura, fueron mucho más que colegas, fueron íntimas amigas. En esta nota exploraremos la unión entre dos poetas emblemáticas de la literatura argentina.

El 17 de marzo pasado se cumplieron 101 años del nacimiento de Olga Orozco, una de las más destacadas poetas argentinas. Nacida en Toay, La Pampa en 1920, Orozco vivió desde niña, y casi sin saberlo, por y para la literatura.

Atrapada por el surrealismo, lo arrastró a lo más cotidiano, lo más arraigado en cada uno de nosotros y así desplegó su poesía. Desde 1946 en su primer libro Desde lejos, se hizo presente la muerte, temática que se extendió como una sombra hacia el resto de sus obras.

A través de la poética surrealista, Olga desvela en sus versos y también en sus declaraciones a viva voz, su vínculo con el mundo de la magia y la videncia, también su estrecha relación con Pizarnik, a quien, tras su muerte, le dedicaría uno de sus más hermosos poemas: “Pavana para una infanta difunta”, título de una composición para piano de Maurice Ravel.

Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín.

Olga Orozco y Alejandra Pizarnik

Se dice que Orozco fue la “Madre literaria” de Alejandra, ella tenía treinta y cuatro y Alejandra unos dieciocho en 1959 cuando comenzaron su amistad. Olga la definió como alguien sumamente angustiada, agónica casi por naturaleza. Uno de los principales nexos entre ellas fue que ambas se entregaron a la escritura imantadas por las propuestas del surrealismo. En estas, los caminos de la palabra poética se entre cruzaron con los de la magia, el milagro y la videncia, fuertemente a travesadas por la temática de la muerte.

Pizarnik comprendió la poesía como un arma para abrirse paso a través de los velos interminables de su propia angustia existencial. De esta manera, buscó exorcizar las visiones trágicas que la acorralan, sostuvo un pulso con la muerte y su amenaza de silencio para intentar esquivarla inútilmente, hasta entregarse a ella en un final anunciado en toda su escritura. La vida y obra de Alejandra desembocó en su suicidio durante la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Un recorrido por su obra y su trágico destino puede leerse acá.

El dolor del poeta se manifiesta en su arte y en sus palabras, y Alejandra acarreó ese dolor, manifestó un orden simbolico entre la locura y la muerte a través de estas. Para Pizarnik la palabra no es solaz ni es consuelo: es sangre derramada sobre las letras.

Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios.
-Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik

Orozco, en cambio, establece un diálogo mucho más ameno con el trasmundo, donde la palabra se manifiesta como suficiente y se establece tan distante del desanimo de Alejandra que permite establecer un ritmo y un ritual, para dar fe de una poética que afirma los poderes de la mente y la palabra como puertas de una percepción absoluta.

“La magia, como la poesía, se maneja por una conversión simbólica de todo el universo”.

La muerte y el simbolismo de ésta, la videncia y la poesía, son a penas vestigios de la unión entre ambas poetas. Al igual que Alejandra, Olga Orozco también supo escribir sobre la muerte, inclusive la propia. Anticipándose, y antes de someterse a una operación quirúrgica, dejó sobre su mesa sus últimos poemas. Finalmente, falleció el 15 de agosto de 1999.

Yo escribo con una piedra en la mano, una piedra de San Luis en una mano y otra de Sicilia en la otra; claro que no puedo escribir con las dos piedras, pero las tomo alternativamente; una de San Luis que es donde nació mi madre y una piedra de Capo Dorlando de Sicilia donde nació mi padre. Y a veces tomo una piedrecita negra que me dió un chico del que estuve enamorada cuando tenía 6 años. Yo siento a las piedras, las siento latir como si tuviera un corazón de pájaro en la mano.

Olga Orozco

Tal vez todo este análisis y repaso por la relación entre dos de las más grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX, sirva para hacernos ver y entender que la palabra poética es instrumento, pero también es antídoto contra la amenaza de la locura, su tormento de voces y presencias extrañas, de incertidumbres, dudas y temores. La palabra se revela insuficiente y sin embargo, cuánto simbolismo guarda en la obra de cada poeta y artista.

La palabra como la puerta que transita la locura, como ese lugar donde Pizarnik y Orozco encontraron bajo el mismo sentimiento poético una poderosa arma para dejarnos una herencia literaria que quedará en manos de cada uno de sus lectores, sin importar cuanto tiempo pase, la poesía nunca entendió ni necesitó de fronteras temporales o espaciales.

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